En el día de mi boda, que en realidad debería haber sido el día más feliz de mi vida, una niña misteriosa con un ramo de margaritas cambió el mundo de una novia para siempre.
Una mirada a la muñeca de la pequeña reveló una marca que destruyó todo lo que creía saber sobre el hombre con el que quería casarme.
El día estaba soleado, cálido, pero no demasiado caluroso, con una brisa ligera que llevaba el aroma de las flores por el parque. Amigos y familiares conversaban y sonreían mientras esperaban el inicio de la ceremonia.
Yo estaba de pie en el altar, vestida con un vestido blanco, sintiéndome como si estuviera soñando. El hombre que amaba estaba a solo unos pasos de mí, riendo con nuestros invitados. Todo parecía ser perfecto.
O al menos eso pensaba.
Justo cuando la ceremonia iba a comenzar, la vi: una niña pequeña, no mayor de cinco años, que estaba sola, con margaritas en la mano y grandes ojos curiosos.
Parecía fuera de lugar, su vestido arrugado y sus zapatos desgastados, como si hubiera llegado aquí por casualidad.
Se acercó a mí y preguntó con una voz inocente: «¿Tienes una moneda?»
Sonreí educadamente y saqué una moneda, pero cuando la saqué, noté un lunar en forma de corazón en su muñeca, exactamente igual al que tenía mi prometido.
Me paralicé.
Recuerdos olvidados volvieron a mi mente, preguntas que había hecho años atrás, sobre sus ausencias inexplicables, las llegadas tardías y el aroma de un perfume que no conocía.
Pero ahora, esa niña estaba frente a mí con las mismas margaritas y el mismo lunar.
Me agaché a su lado y le pregunté en voz baja: «Cariño, ¿dónde están tus padres?»
«No lo sé», susurró. «Estoy buscando a mi papá.»
El shock me golpeó cuando señaló a mi prometido.
Me erguí, abrumada por la revelación. Cuando lo confronté, su reacción fue clara.
“Nein, eso es imposible”, balbuceó él, pero la verdad era evidente.
Cancelé la boda. Más tarde, las pruebas de ADN demostraron que Emilka era su hija.
Por doloroso que fuera, supe que no podía estar con alguien que ocultaba un secreto tan importante.