Hay historias que no puedes leer sin quedar indiferente… Te proponemos leer otra historia que no te dejará indiferente.
Mary, una mujer mayor, sube con dificultad los escalones del autobús; su frágil cuerpo le dificulta la tarea. Justo cuando más lo necesitaba, sintió una mano firme que le agarraba el codo y le ofrecía apoyo. Pero cuando se volvió para expresar su gratitud, su sonrisa rápidamente se transformó en vergüenza. La mano pertenecía a Timothy, un hombre alto y delgado que parecía un vagabundo desaliñado. Mary instintivamente retiró el brazo y respondió secamente: “Gracias”. Timothy sólo sonrió tristemente. Estaba acostumbrado al rechazo, pero eso no cambiaba quién era. Al ver a María ocupar dos asientos en el autobús, recordó a su propia madre, quien también se habría avergonzado de verlo en ese estado. Timothy caminó hasta la parte trasera del autobús y se sentó solo. Mientras se reclinaba y cerraba los ojos, Timothy pensó en su hija Daisy. No pudo evitar recordar cómo ella se había aferrado a él, incluso después de que sus vidas se habían desmoronado. Dos años antes, a su esposa, Valery, le habían diagnosticado cáncer en etapa 4. A pesar de haber gastado todo su dinero en el tratamiento, Valery había muerto, dejando a Timothy devastado.
Después de la muerte de Valery, el mundo de Timothy se vino abajo. Perdió su trabajo debido a sus frecuentes ausencias para cuidarla y se vio obligado a vender su casa para pagar las deudas. Él y Daisy se mudaron a un destartalado apartamento de una habitación en un edificio en ruinas. Poco después, los servicios sociales expulsaron a Daisy por considerar que las condiciones de vida no eran adecuadas. Ahora sin hogar, el único consuelo de Timothy era un billete de autobús para visitar a su hija en su casa.
Timothy fue sacado de sus pensamientos por la voz fuerte y burlona de un adolescente. “¡Mira aquí, conductor!” —Esta señora debería pagar DOS multas —tartamudeó el muchacho, evidentemente borracho, señalando a Mary. Su amiga tomó el relevo, ridiculizándola por ocupar dos asientos. Mary agarró su bolso, temblando, mientras los demás pasajeros miraban hacia otro lado, sin querer ayudarla.
El primer adolescente golpeó a Mary en el pecho, exigiéndole que abandonara su asiento. A pesar de su miedo, Mary levantó la barbilla y dijo con calma: “Joven, hay muchos otros asientos disponibles”. Pero el segundo adolescente no estaba satisfecho. Se acercó más, con el aliento apestando a alcohol, e insistió en que Mary le cediera su asiento.