El embarazo puede ser una etapa desafiante para la mujer.
Además de enfrentar los cambios físicos que implica llevar una vida dentro de sí, también hay una preocupación constante por el bienestar del bebé.
Afortunadamente, en la mayoría de los casos, todo transcurre sin problemas. Esa ansiedad y miedo desaparecen en el instante en que puedes sostener a tu recién nacido y confirmar que está sano.
Sin embargo, Jennie Wilklow nunca tuvo la oportunidad de sentir ese alivio. Al contrario.
Jennie llevó su embarazo con relativa normalidad. Tanto ella como su esposo estaban emocionados por la llegada de su bebé, y en cada control médico recibían la misma respuesta: todo parecía ir bien.
Sin embargo, la tranquilidad se desvaneció cuando, en la semana 34, Jennie tuvo que someterse a una cesárea de urgencia. Aunque la operación fue un éxito, pronto quedó claro que algo no estaba bien con su hija.
«Cuando la sostuvieron en brazos, la escuché llorar y dijeron: ‘Es muy bonita’. Esa es la palabra que toda madre quiere escuchar, así que sonreí y me relajé», recuerda Jennie.
Pero, segundos después, la atmósfera en la sala cambió por completo. El rostro de la bebé comenzó a transformarse.
Médicos y enfermeras quedaron en shock al presenciar lo que ocurría con la recién nacida.
“Hicieron todo lo posible por ayudarla, pero su piel se endureció en cuestión de segundos, comenzó a agrietarse y aparecieron heridas por todo su cuerpo. Vi el pánico en sus rostros y pregunté si todo estaba bien”, recuerda Jennie.
Los médicos le aseguraron que todo estaba bajo control, pero le administraron calmantes que la dejaron dormida por un tiempo.
Cuando Jennie despertó, un médico se acercó para explicarle la situación. Su hija, Anna, había nacido con una rara enfermedad llamada ictiosis arlequín.
Jennie miró a su esposo y, en su expresión, comprendió de inmediato la gravedad de lo ocurrido.
“El silencio de mi marido me asustó; estaba sentado en estado de shock cuando los médicos se marcharon. Solo pudo decir: ‘Esto es grave’”.
La ictiosis arlequín es un trastorno genético poco común que provoca un crecimiento acelerado de la piel, hasta 14 veces más rápido de lo normal. Esto genera un enrojecimiento intenso en todo el cuerpo y afecta áreas sensibles como los ojos, la boca, la nariz y las orejas.
Los bebés que nacen con ictiosis arlequín suelen fallecer pocos días después del nacimiento. Aquellos que logran sobrevivir pueden llevar una vida relativamente normal, pero enfrentan constantes desafíos, incluidas complicaciones médicas y retrasos en su desarrollo, especialmente en sus habilidades motoras.
“Pasé días investigando sobre su condición y comprendí la difícil vida que le esperaba a mi hija. En mi desesperación y soledad, me permití pensar que lo mejor para ella sería no sobrevivir”, confiesa Jennie.
Pero Jennie había dado a luz a una niña increíblemente fuerte. Con el apoyo de los médicos y su familia, Anna logró sobrevivir.
Finalmente, los padres pudieron llevar a Anna a casa y se esforzaron al máximo para brindarle los cuidados que necesitaba.
Jennie recuerda los primeros días como una lucha constante:
«Cada dos horas cubría su cuerpo con vaselina y la bañaba durante varias horas al día. Durante años soñé con la ropa que le pondría a mi amada hija, y aunque parecía algo trivial, era lo que más anhelaba».
A pesar de los desafíos, Anna le dio a su madre una nueva perspectiva sobre la vida:
«Me di cuenta de que, si ponía límites a lo que ella podía lograr, su desarrollo quedaría estancado. Así que decidí apuntar alto. Me dije a mí misma que mi meta sería ayudarla a hacer todo lo que deseara, y que ese mismo objetivo debía aplicármelo también».
Desde entonces, Jennie ha creado una cuenta en Instagram donde comparte los altibajos de la vida con Anna, mostrando su día a día en esta montaña rusa de emociones.
«Ahora entiendo que ella llegó a mi vida por el amor que ya tenía en mi corazón para darle. Anna estaba destinada para mí, y yo para ella. Juntas, le mostraremos al mundo lo hermoso que puede ser».
¿Qué te parece la historia de Jenny y Anna? Creo que nos enseñan que hay lugar para el amor, las diferencias y la calidez en un mundo generalmente bastante frío.
A veces las cosas no salen como pensamos o soñamos, pero si podemos aceptar que todos nacemos diferentes y que algunas personas no son como los demás, habremos recorrido un largo camino.
El hecho de que Jenny se haya abierto y se haya atrevido a contar la historia de Anna y la suya propia ya significa mucho.
Comparte esto con tus amigos y familiares si tú también crees que Ana es una chica fuerte y hermosa.