Este perro pasó muchos años encadenado. Quienes lo tenían atado nunca se molestaron en instalar una perrera cerca ni en ofrecerle algún refugio contra los elementos. Ya hiciera calor o frío, lloviera o hiciera viento, el animal permanecía afuera. Nunca lo sacaban a pasear y su dieta consistía en cáscaras de patata y huesos cuidadosamente limpios de todo rastro de carne. Cuando el barón encontró sopa agria en su cuenco, se sintió realmente afortunado. Comió rápidamente, convencido de que si no se apresuraba, incluso esa mísera miseria le podrían ser arrebatada.

Fue un vecino del antiguo propietario quien nos habló de Barón. El hombre había muerto y los vecinos no sabían qué hacer con el perro. Los voluntarios llegaron a recoger a Barón, pero temiendo que pudiera reaccionar mal al cambio repentino, sedaron temporalmente al animal para facilitar su traslado.
La adaptación de Barón no fue rápida, pero poco a poco aprendió a pasear. Se descubrió que después de pasar toda una vida encadenado, ni siquiera podía correr, solo caminar en círculos.
Barón tuvo que aprender lo que la mayoría de los perros saben casi desde su nacimiento, pero demostró ser un estudiante diligente. Según los vecinos, Barón ya tiene 10 años, y necesita una familia que le dé una vejez mucho mejor que su vida pasada. El cambio de entorno le produjo una auténtica alegría: fue como si estuviera viviendo una segunda juventud.
En el refugio, Barón se ha transformado. Ya no sufre el frío constante, por fin puede levantar la cabeza y moverse libremente, libre de la cadena de metal. Ha demostrado ser un perro cariñoso, expresando constantemente su gratitud a quienes lo cuidan.
Barón ahora sabe correr y jugar con juguetes. Actualmente vive en un hogar de acogida y ya disfruta de su nuevo hogar, pero esperamos que pronto experimente lo que significa ser una mascota amada por una verdadera familia.







