Anne Sargent, madre de tres hijos y esperando su cuarto niño, estaba sentada en el suelo de la cocina, llorando. Ya era pasada la medianoche, el único momento en que podía permitirse sentir el peso de sus luchas, mientras sus hijos dormían arriba. Su esposo la había abandonado, dejándola sola con la responsabilidad de proveer para la familia.
Puso suavemente su mano sobre su abdomen creciente, sintiendo los movimientos del bebé por nacer. “Lo siento”, susurró en voz baja, abrumada por la culpa. “Lo intento, pero no es suficiente…” Apenas dos meses atrás, Anne era una esposa y madre feliz, segura de su matrimonio y esperando con ansias el nacimiento de su cuarto hijo. Pero esa felicidad se destruyó cuando su esposo, Derek, se fue.
Una noche, Derek regresó a casa y, con frialdad, le comunicó que se iba.
«¿Pero por qué?», suplicó Anne, desconcertada. «Pensaba que éramos felices». La respuesta de Derek fue mordaz. «TÚ eras feliz. Todo lo que has hecho siempre es preocuparte por los niños, y ahora viene otro en camino. Ya he terminado de ser nada más que una fuente de ingresos».
Atónita, Anne no tuvo más opción que seguir adelante. Consiguió un trabajo a media jornada en una tienda de comestibles local, aunque un trabajo a jornada completa estaba fuera de su alcance, ya que no podía permitirse los gastos de cuidar a sus tres hijos. Con ingresos modestos y la pensión alimenticia de Derek, intentaba llegar a fin de mes. Vendió recuerdos familiares y objetos personales para poder pagar las facturas. Cada venta era un doloroso recordatorio de su nueva realidad, pero no tenía más alternativa.
Cuando ya no quedó nada valioso que vender, se dirigió al cochecito antiguo que había sido suyo cuando era bebé, ahora bien cuidado y valorado. Aunque lo necesitaba para el bebé que esperaba, necesitaba aún más el dinero. A regañadientes, lo llevó al mercadillo y lo vendió por 50 dólares.
Anne pensaba que nunca más vería el cochecito, pero para su sorpresa, apareció de nuevo en su porche unos días después, acompañado de una nota que le pedía que llamara a un número de teléfono.
Cuando marcó el número, una mujer llamada Grace contestó. Grace pidió una reunión y, poco después, se encontraba sentada en el salón de Anne, con lágrimas en los ojos, explicando su relación con Derek.
Grace reveló que había sido la novia de Derek, y que ahora también estaba embarazada. Al igual que Anne, se había visto sorprendida por la crueldad de Derek. “No sabía nada de ti ni de los niños”, sollozó Grace. “Cuando le dije que estaba embarazada, se volvió loco. Me dijo que no quería otro niño y me echó de casa”.
Al ver el sufrimiento de Grace, Anne le ofreció su compasión y, de forma inesperada, una solución. Grace no tenía a dónde ir, y Anne, luchando para llegar a fin de mes, necesitaba ayuda para cuidar a los niños. “Puedes quedarte aquí”, dijo Anne. “Necesito a alguien que cuide a los niños después del colegio, para poder coger más horas de trabajo”.
Grace estaba llena de gratitud. “¿Estás segura?” preguntó, secándose las lágrimas. “Es el hijo de Derek…”
Anne sonrió suavemente. “Es tu hijo y el hermano de mis niños. Eso es lo único que importa”.