Todos los días siento que las preocupaciones y responsabilidades me arrastran. Tengo 44 años, tres hijos y un trabajo fijo. Cada tarde es una batalla contra el tiempo: cocinar, limpiar, ayudar a los niños con los deberes. Todo esto requiere atención, energía y paciencia.
Cuando mis hijos eran más pequeños, mi madre siempre me ayudó. Le encantaba cuidarlos y disfrutaba de su compañía. Al menos pude descansar un momento y ella se hizo cargo de algunas de las tareas. Pero con el tiempo muchas cosas cambiaron. Cuando mi hija menor cumplió 12 años, mi madre empezó a ayudar cada vez menos. Empezó a llamarme más a menudo, no para apoyarme, sino sólo para hablar de pequeñas cosas. Ella no se dio cuenta de cuánto me molestaba esto, especialmente cuando luchaba por encontrar tiempo para mí.
Un día no pude soportarlo más. Mi madre me llamó cuando estaba al borde del agotamiento y me pidió que acudiera a ella inmediatamente. Estaba completamente agotado y no podía escucharla, así que grité:
“¡Mamá, deja de llamarme todos los días! ¡De todos modos no consigo hacer todo! ¡No puedo ir, no me vuelvas a llamar nunca más!
Después de eso ella guardó silencio. Durante tres días, ni una sola llamada. Pero en lugar de sentir alivio, sentí inquietud. ¿Por qué no llama? ¿Ocurre algo?
Decidí ir a su casa. Cuando llegué las puertas estaban cerradas. Llamé pero nadie respondió. Tuve un mal presentimiento. Tomé la llave y entré.
Mi madre estaba acostada en la cama. Al principio pensé que solo estaba durmiendo, pero luego me di cuenta de que algo andaba mal. Su rostro estaba tranquilo, como si careciera de sus emociones habituales. Me acerqué y la llamé, pero no hubo respuesta.
“¿Mamá?” – apenas susurré.
Silencio. No podía respirar por el miedo. Me acerqué a ella y entendí que se había ido.
En ese momento el mundo se detuvo. Me quedé allí, incapaz de creer lo que había sucedido. En la mesa junto a ella había una caja que contenía un teléfono nuevo. “Ella debe haberlo comprado para mí”, pensé. Quizás había intentado llamarme hace dos días para decirme que había comprado un regalo. Pero no entendí eso.
¿Cómo podría estar tan ocupado? ¿Por qué no vine antes? ¿Por qué no escuché su llamada? ¿Por qué siempre pensé que tendría suficiente tiempo después?
Ahora es demasiado tarde.
Y este dolor nunca me dejará. ¡Nunca!