El millonario anciano se disfraza de mendigo y se dirige a un gran supermercado para elegir a su heredero.
Larry Hutchins, un hombre de 90 años que fundó la mayor cadena de supermercados en Texas, había vivido una vida que muchos solo podrían soñar. Acumuló una vasta fortuna y obtuvo el respeto de todos, pero su éxito lo dejó solo.
Nunca se casó, no tuvo hijos, y desde joven vivió como huérfano, sin una familia. A medida que envejecía, comenzó a atormentarlo una pregunta: ¿a quién dejaría su legado?
No quería dejar su fortuna a la caridad, pues creía que su riqueza debía ir a alguien que valorara el trabajo. Larry tampoco confiaba en sus conocidos ni en sus llamados amigos, entendiendo que las relaciones comerciales suelen estar llenas de engaños. En busca de una solución, acudió a su abogado, William Carter, quien le prometió pensar en el asunto y discutirlo al final de la semana.
Sin embargo, Larry no podía esperar. Esa misma noche, sentado en su oficina, empezó a tachar nombres de su cuaderno, uno tras otro, hasta que la página quedó en blanco. De repente, se le ocurrió una idea: tal vez la respuesta no estaba entre su círculo cercano, sino entre quienes trabajaban para él.
A la mañana siguiente, Larry se puso su ropa más vieja, se pegó una barba desordenada, tomó un bastón gastado y se dirigió al supermercado principal de su cadena, decidido a ver cómo lo tratarían como un hombre sin nada.
Desde el momento en que entró, Larry sintió el frío desprecio a su alrededor. La cajera, Lydia, lo miró con desdén.
— ¡Lárgate, viejo! —le dijo groseramente—. Este no es lugar para mendigos.
— Solo quiero algo de comida —susurró Larry, con voz temblorosa.
— ¡Tu lugar está en la calle, no en la tienda! —le espetó ella.
Decepcionado, Larry recorrió los pasillos de la tienda, esperando encontrar al menos un poco de compasión. Pero, en lugar de eso, se topó con más desprecio. Una mujer con la nariz arrugada gritó:
— ¿Quién dejó entrar a este viejo sucio?
Otro cliente añadió:
— ¡Denle dinero para que se vaya!
El personal tampoco se quedó atrás. La vendedora Larisa se acercó a él y le ordenó que se fuera, disculpándose con los demás compradores.
— Nos está asustando a todos —le susurró.
Cuando Larry estaba a punto de rendirse, una voz profunda resonó desde lo lejos:
— ¡Todos cálmense y dejen en paz a este hombre!
Larry se giró y vio al joven administrador Leonid. Leonid era conocido por su ética de trabajo y humildad. Había dejado la universidad debido a dificultades económicas, pero nunca se quejó. Al acercarse a Larry, Leonid se dirigió a Lydia con severidad:
— Lydia, esto es inaceptable. Si el Sr. Hutchins se entera de cómo tratas a los necesitados, se enfurecerá.
Leonid llevó a Larry a un lugar tranquilo, llenó una cesta con productos, la pagó y se la entregó.
— Aquí tienes —dijo con una sonrisa—. Perdona por todo lo que ha pasado aquí.
— ¿Por qué me ayudas a mí, cuando todos los demás me han dado la espalda? —preguntó Larry, profundamente conmovido.
La respuesta de Leonid fue sencilla y conmovedora:
— Cuando comencé a trabajar aquí, yo tampoco tenía nada. El Sr. Hutchins me dio una oportunidad e incluso pagó mi apartamento para que pudiera ponerme de pie. Su bondad cambió mi vida, y quiero devolver esa bondad a los demás.
En ese momento, Larry comprendió que había encontrado a su heredero. Agradecido con Leonid, salió de la tienda con el corazón ligero.
Siete años después, Larry falleció. Poco después, Leonid recibió una llamada inesperada de William Carter, el abogado. Le informó que Larry le había dejado toda su fortuna y adjuntó una carta explicando su elección. En la carta, Larry relataba su transformación y la prueba que había organizado en la tienda. Admiraba la compasión y la honestidad de Leonid, cualidades que consideraba esenciales para dirigir su imperio.
Conmovido hasta el alma, Leonid aceptó la herencia con gratitud. Asumió la dirección del negocio con un sentido de responsabilidad y propósito. Implementó programas de apoyo a los empleados y dirigió los recursos de la empresa para ayudar a los necesitados.
El legado de Larry, basado en el trabajo duro y la bondad, continuó viviendo a través de Leonid, demostrando que el verdadero valor de la riqueza radica en usarla para el bien de los demás.