“La loca” que le enseñó la lección de su vida
Andrei se sentó junto a su esposa en el sofá, pero era como si estuviera sentado junto a una muñeca sin vida, fría y rígida, como si le hubieran robado el alma.
Svetlana ya no era la mujer de la que una vez se había enamorado. Demacrado, rostro hundido, ojos vacíos. Ella miró al techo como si la vida hubiera dejado de tener sentido para ella hacía tiempo.
—Te ves terrible —dijo con frialdad, sin rastro de simpatía. “Una mujer debe cuidarse a sí misma, no quedarse tirada como un vegetal”.
Svetlana permaneció en silencio. Durante mucho tiempo había dejado que los insultos resbalaran como gotas de lluvia sobre el cristal.
Andrei, por otro lado, estaba en la cima de su éxito: intocable en los negocios, financieramente independiente y rodeado de amigos influyentes. Y a su lado: Ilinca.
Rubio. 24. Siempre sutilmente perfumada, con una sonrisa como en un anuncio. Perfecto, al menos a primera vista.
Una noche, sin decir mucho, llevó a Svetlana al hospital.
«Ya no habla. Ya no come. Es un caso grave de depresión», explicó con naturalidad.
“Un caso claro para el cerebro”. Los médicos asintieron y hicieron preguntas; Svetlana permaneció en silencio. Sólo esa mirada perdida.
Dos semanas después, Ilinca ya se había mudado con él. Ella preparaba café en la cocina como si fuera la dueña de la casa.
Los amigos de Andrei se rieron: «Te libraste de esa loca. ¡Bravo, hermano!»
Pero un lunes por la mañana algo andaba mal. Ilinca había desaparecido. Ninguna llamada, ningún mensaje, solo una nota en el refrigerador:
«Gracias por la experiencia. Me voy. No nací para ser segundo.
P.D.: Te filmaron”.
Confundido y con creciente pánico, Andrei entró en la sala de estar. Sobre la mesa de café hay una computadora portátil abierta. Un vídeo.
Sí mismo. Con Ilinca. En la cama. En la cocina. Por toda la casa.
Luego: una grabación de él hablando por teléfono, riendo cínicamente, mientras explica que finalmente ha encerrado a su esposa “loca” para poder ser libre.
La imagen cambió. Una nueva escena. Svetlana, con una bata blanca, hablando con un médico. Ella sonrió. Despierto. Seguro. Claro en la cabeza.
Y entonces su voz:
«Hola, Andrei. Sigo siendo tu esposa. Y acabo de interpretar el papel de mi vida.
Me humillaste, me mentiste, me utilizaste, pero yo estaba diez pasos delante de ti.
¿Recuerdas la clínica donde me ingresaste? Adivina qué: pertenece a mi familia. Fue mi idea. ¿Los médicos? Inaugurado.
¿Las cámaras en la casa? Mío. Cada detalle documentado.
Todo va al lugar correcto. Mi abogado se pondrá en contacto con usted.
P.D.: Te dejé algo. La factura por el tratamiento de mi “locura”. Y la factura de tu traición.”
Andrei se quedó allí, con el corazón acelerado. Todo lo que había construido amenazaba con derrumbarse.
¿El negocio? En peligro.
¿La imagen? Arruinado.
¿Ilinca? Lejos.
¿Y la esposa “loca”? Más claro que nunca.
Entonces se dio cuenta: no era ella la que estaba encerrada. Era él. En su propia prisión de mentiras.
Si te gusto la historia por favor compartela. Porque a veces la mayor fuerza está en el silencio… y la venganza más sabia en la paciencia.