Emma volvió a desvanecerse.
El calor de la mano del hombre que la había socorrido parecía haberle infundido algo de vida, pero su cuerpo seguía débil, exhausto por el cansancio y el dolor.
No tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido.
Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró recostada en una cama mullida, abrigada por una manta gruesa de lana.
El aire estaba impregnado con el aroma de té de hierbas, leña quemada y una nota amarga, extraña para ella.
— Has despertado. Bien, has regresado — escuchó decir al hombre con voz serena.
Él estaba sentado en una silla junto a la estufa, sorbiendo algo caliente de una taza.
Zosia, acurrucada sobre sus rodillas, había apoyado la cabeza y observaba a Emma con atención.
—¿Dónde estoy? —preguntó Emma, su voz más débil que nunca.
—En mi casa —respondió el hombre con sencillez—. Te traje aquí. Te desmayaste junto a la cabaña.
—¿Por qué… por qué me salvaron?
—Zosia me dijo la verdad.
Escapó del bosque y me tiró de la manga.
“Tata, una mujer se muere en la cabaña. Ven rápido.” —¿y cómo no ir?
Emma rompió a llorar.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que alguien la veía, que alguien la escuchaba de verdad.
—No… no sé si podré agradecerles lo suficiente.
—No hace falta.
No curo a las personas por gratitud.
Ni por dinero.
—¿Es cierto lo que dijo ella? ¿Que eres… una especie de curandero?
—Eso dicen algunos.
Solo conozco las plantas. Y sé escuchar.
A veces, con eso basta.
—Pero… si me ayudaron, eso significa que no me quieren, ¿verdad? —bromeó Emma, con amargura, recordando las palabras de la niña.
El hombre sonrió con tristeza.
—A los que amo, no logro salvarlos.
Mi esposa se apagó lentamente por una enfermedad, pese a todo lo que intenté.
Desde entonces, creo que Dios me permite curar solo a los demás.
—Me llamo Emma.
—Yo soy Victor.
Los días fueron pasando.
Emma ya no era aquella mujer derrumbada en la cabaña, aunque aún no había recuperado del todo sus fuerzas.
Victor le preparaba tés, la ungía con pomadas perfumadas, le cocinaba sopas calientes.
Y Zosia —siempre cerca— lograba hacerla sonreír, incluso en medio del dolor.
Una tarde, mientras afuera comenzaba a nevar, Emma se levantó de la cama y, con pasos cuidadosos, se acercó a la sala.
Victor miraba por la ventana.
—Estás mejor —dijo sin volverse.
—Sí.
Pero hay algo que no me deja en paz.
—¿Qué es?
—Él… Tom… les dirá que estoy muerta.
Tal vez ya lo haya hecho.
—Probablemente.
Pero ahora sabes algo: no estás muerta.
Y tampoco eres débil.
Solo la traición te quebró.
Emma guardó silencio por un momento.
—Si regreso, tendré que luchar.
Demostrar que no estoy loca. Que me mintieron. Que me abandonaron.
—Tienes una opción —dijo Victor con calma—.
Puedes quedarte aquí. Nadie te obligará a nada.
—No puedo huir.
Él intentó borrar mi existencia… pero yo existo.
Y voy a recuperar mi vida.
Dos semanas después, una mujer aún frágil, pero con los ojos encendidos, bajó de un taxi frente al edificio de “EmTech”, la empresa que ella misma había fundado una década atrás.
Quienes la vieron desde el vestíbulo creyeron estar viendo un espectro.
Incluso la recepcionista se quedó boquiabierta.
—¿Señora Emma?
—En carne y hueso.
Llame al abogado de la compañía. De inmediato.
En la oficina principal, Tom firmaba los documentos que lo convertirían en el accionista mayoritario.
Su sonrisa triunfante se congeló cuando la puerta se abrió y Emma entró, acompañada por su abogado y dos testigos.
—¿Pensaste que te saldrías con la tuya tan fácilmente?
—Tú… ¿Cómo…?
—¿Cómo sobreviví?
Gracias a una niña valiente y a un hombre de buen corazón.
Tú me arrojaste como si fuera un estorbo.
Pero me levanté.
Y ahora, te toca caer a ti.
Tom intentó reírse, nervioso.
—No tienes pruebas. Es tu palabra contra la mía.
—Te equivocas.
La cabaña tenía cámaras ocultas.
Me preocupaba mi seguridad.
Todo lo que dijiste. Todo lo que hiciste… quedó grabado.
El rostro de Tom se volvió tan pálido como la nieve.
—¿Y… la policía?
—Ya viene en camino.
Pero mientras tanto, quiero que sepas algo: no me destruiste.
Me liberaste.
El juicio se extendió durante meses.
Pero Emma, firme junto a su abogado, recuperó la empresa, su reputación y su dignidad.
Tom fue condenado por intento de asesinato y fraude.
Emma no volvió a dirigir EmTech.
Vendió su parte y se mudó nuevamente a las afueras del bosque.
Allí, donde su alma había comenzado a sanar.
Victor la esperaba.
Y Zosia ya la llamaba mamá Emma.
Una mañana de primavera, Emma abrió los ojos en una casa llena de silencio, de vida, de amor.
Estaba viva.
Amaba.
Y era libre.
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A veces, el regreso más poderoso… es hacia uno mismo.