La novia camina hacia el altar, pero justo antes de decir “acepto”, un invitado misterioso se levanta y revela una verdad impactante.

HISTORIAS DE VIDA

Emma estaba parada en la entrada de la enorme catedral. Sus manos temblaban ligeramente mientras agarraba el ramo de novia.

Su corazón latía con fuerza, no por nerviosismo sino por una inexplicable inquietud que la carcomía profundamente.

Había soñado con ese momento desde que era niña: el vestido blanco largo y fluido, la música, el amor de su vida esperándola en el altar.

Pero cuando dio el primer paso hacia el pasillo, una pequeña voz le susurró en su interior que se dirigía hacia un error.

James, su prometido, se erguía alto y orgulloso con su esmoquin negro y su sonrisa era cálida y tranquilizadora.

Era todo lo que uno podría desear: encantador, exitoso y amigable.

Y aun así, algo siempre había parecido mal, algo que ella había dejado de lado por amor.

Cuando Emma llegó al altar, el sacerdote comenzó la ceremonia.

Los invitados miraban con admiración y sus ojos brillaban de emoción.

Su madre sostenía un pañuelo, secándose los ojos, mientras su padre permanecía sentado orgulloso.

El momento había llegado.

El sacerdote se volvió hacia James.

“¿Aceptas a Emma como tu legítima esposa?”

—Sí —respondió James sin dudarlo.

Pero justo cuando Emma abrió la boca para decir “sí”, una voz rompió el silencio.

«¡Detener!»

Un jadeo colectivo llenó la iglesia cuando todas las cabezas se giraron hacia una mujer en la última fila.

Llevaba un vestido rojo intenso, era joven, no mayor de treinta años, y su cabello oscuro caía elegantemente sobre sus hombros.

El estómago de Emma se apretó dolorosamente.

James se quedó congelado y su rostro se puso pálido.

La mujer avanzó a grandes zancadas y sus tacones resonaron ruidosamente en el suelo de mármol.

“No puedo permitir esta boda”, dijo con firmeza.

La garganta de Emma se cerró.

«¿Quién eres?» dijo ella vacilante.

La mujer respiró profundamente y miró directamente a James.

—Díselo, James —exigió.

James permaneció en silencio.

Emma se volvió hacia él.

«¿Jaime?»

Apretó los labios pero no respondió.

Sophia suspiró profundamente y se volvió hacia Emma.

“Mi nombre es Sofía”, dijo con calma.

«Soy la esposa de James.»

Una conmoción colectiva recorrió a la multitud.

Emma sintió que se quedaba sin aliento.

Ella examinó el rostro de James en busca de alguna mentira, de alguna señal, pero él permaneció allí, rígido e inmóvil.

—Esto no puede ser verdad —susurró Emma con la voz temblorosa de dolor.

Sophia metió la mano en su bolso y sacó un trozo de papel arrugado que le entregó a Emma.

Un certificado de matrimonio.

Fechado hace apenas dos años.

Las manos de Emma temblaron mientras leía el nombre de James junto al de Sophia.

Su visión se volvió borrosa.

Las lágrimas brotaron de sus ojos.

Finalmente, James rompió su silencio, su voz profunda y desesperada.

Emma, ​​​​déjame explicarte, por favor.

Pero Sofía aún no había terminado.

Se dirigió a la congregación reunida.

«Mi marido», dijo con amargura, «lleva una doble vida.

Nos casamos en Chicago, pero hace dos meses él dijo que tenía que hacer un «viaje de negocios».

Sentí que algo andaba mal.

Así que contraté a un detective privado.

¿Y sabes qué?

Ella soltó una risa amarga y sin humor.

“Me enteré de que mi marido le propuso matrimonio a otra mujer”.

El cuerpo de Emma temblaba incontrolablemente.

Ella apenas podía respirar.

Su madre corrió hacia adelante, pero Emma levantó la mano y dio un paso atrás.

Necesitaba distancia.

Primero tuve que comprender esta traición.

James le extendió la mano.

Emma, ​​te amo.

Quería decirte—»

«¿Cuando?» ella gritó. “¿Antes o después de la firma?”

Su silencio fue respuesta suficiente.

Emma levantó la barbilla, tragándose el dolor ardiente en su garganta.

Ella se volvió hacia el sacerdote.

“Esta boda se acabó.”

El rostro de James se retorció en desesperación.

«Emma, ​​por favor—»

Ella se arrancó el velo de la cabeza y lo arrojó en sus manos.

“No vuelvas a hablarme nunca más”

Luego, sin decir otra palabra, se dio la vuelta y caminó hacia el altar, no como una novia, sino como una mujer que ya no podía ser engañada.

Afuera, el aire fresco golpeó su rostro, trayendo consigo una extraña sensación de alivio.

La boda se rompió.

Su corazón estaba roto.

Pero ella se había ahorrado una vida de mentiras.

Y todo valió la pena.

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