Elizabeth Taylor brilló en los Oscar de 1970
La 42ª edición de los Premios Oscar, celebrada en 1970, fue una noche impregnada de glamour, pero hubo una figura que eclipsó al resto: Elizabeth Taylor. A sus 38 años, se encontraba en la cúspide de su belleza. Luciendo un vestido espectacular y con el legendario diamante Taylor-Burton resplandeciendo en su cuello, se robó todas las miradas.
Sin embargo, tras bambalinas, una pérdida personal amenazaba con empañar el brillo de la velada…
Recordar las ceremonias de los Oscar de antaño es como subirse a una máquina del tiempo: nos transportan a una era de auténtica elegancia y sofisticación. Las estrellas de aquellos años destilaban una clase que rara vez se ve hoy en día. No puedo evitar sentir una profunda nostalgia al ver a tantas figuras icónicas, muchas de las cuales ya no están entre nosotros. Es un recordatorio conmovedor de lo efímera que es la vida, un viaje fugaz que debemos atesorar.
Una noche para la historia
La gala de 1970 fue memorable por múltiples razones. Destacó, entre otras cosas, por no contar con un anfitrión oficial, una decisión inusual que marcó la diferencia. También fue pionera al ser la primera ceremonia transmitida por satélite a nivel internacional, llevando el glamour de Hollywood a audiencias de todo el mundo.
Uno de los momentos más inolvidables fue cuando Cary Grant recibió el Premio Honorario de la Academia. La ovación fue estruendosa, un homenaje merecido a su carisma eterno y su legado cinematográfico. Igualmente emotivo fue el discurso de John Wayne, galardonado como Mejor Actor por True Grit. Con humildad y calidez, agradeció el reconocimiento con palabras que tocaron al público.
No obstante, la noche también dejó espacio para la controversia. Muchos aún consideran un desaire que Dustin Hoffman no ganara por su potente interpretación en Midnight Cowboy. Hay quienes creen que el Oscar de Wayne fue más un reconocimiento a toda una carrera que al mérito específico de ese papel —y quizás no les falte razón.

Sinatra salvó a Cary Grant
Revisando los archivos, queda claro que Cary Grant tuvo un papel protagonista en los Oscar de 1970. Cuando el legendario actor subió al escenario para recibir el Premio Honorífico de la Academia, esperaba una muestra de cortesía con algunos aplausos. Sin embargo, lo que encontró fue una ovación de pie que lo emocionó hasta el borde de las lágrimas.
“Cuando todos se pusieron de pie, me quedé desconcertado. Por un instante pensé que estaba imaginando cosas. Estaba tan abrumado que no sé cómo logré pronunciar mi discurso de aceptación”, recordó años después.
Grant estaba al borde del colapso, totalmente sobrecogido por el momento. Pero justo entonces vio a Frank Sinatra en la multitud, con esa chispa traviesa en sus ojos. Esa simple mirada fue suficiente para que se recompusiera. “Me ayudó a recuperarme”, confesó Grant.
La entrada de Elizabeth Taylor
Pero seamos sinceros: la verdadera estrella de los Oscar de 1970 no fue Cary Grant, ni Dustin Hoffman, ni siquiera John Wayne. Por muy grandes que fueran, la atención se centró en una belleza de 38 años que deslumbró a todos en el Pabellón Dorothy Chandler de Los Ángeles.
Cuando Elizabeth Taylor apareció para presentar el premio a la Mejor Película, su presencia fue simplemente hipnotizante. Su gracia y generosidad ofrecían un contraste impactante con la dureza habitual de Hollywood. “Liz Taylor, nadie ha sido tan bella como ella”, comentaban todos, y no podían estar más en lo cierto.

Había en Elizabeth Taylor un aura genuina que atraía a todos a su alrededor. Aquella noche, vestida con un deslumbrante vestido que ceñía su diminuta cintura y realzaba su belleza natural —con el bronceado intenso tan de moda en la época—, dejó sin aliento a todos los presentes en la 42ª edición de los Premios Oscar.
Con el legendario diamante Cartier de 69 quilates adornando su cuello, quedó claro que Elizabeth no era solo una actriz; era un auténtico icono.
La historia detrás del diamante
Al observar las fotos de Taylor esa noche, es difícil no quedar hipnotizado por la magnífica joya que lucía. Pero pocos conocen la fascinante historia que hay detrás de esa pieza tan emblemática.
El diamante Taylor-Burton, que brillaba con tanta intensidad sobre su piel, no era simplemente un accesorio glamoroso; era un símbolo de amor, determinación y el inevitable drama propio de Hollywood.
Solo unos días antes del 7 de abril de 1970, fecha de la ceremonia, la prensa estaba ávida por saber qué luciría Elizabeth en el gran evento. Los rumores apuntaban a que deslumbraría con su diamante valorado en un millón de dólares, engarzado en un espectacular collar. Para tener el privilegio de exhibir esta joya, Taylor pagó una prima de seguro de 2,500 dólares a tres compañías australianas, lo que equivaldría hoy a unos 20,250 dólares.
Esta pieza, conocida mundialmente como el diamante Taylor-Burton, pesaba cerca de 68 quilates y fue un regalo de su esposo, el también actor Richard Burton.
Un maniaco obsesivo
El diamante original en bruto, descubierto en 1966 en la mina Premier de Sudáfrica, pesaba nada menos que 241 quilates. Burton se hizo con la joya durante una visita a Londres, pero no sin una dura batalla. Inicialmente, la casa de joyería Cartier había ganado la subasta con un precio récord de 1,050,000 dólares, dejando a Burton como el postor perdedor.
Enfurecido por no obtenerlo, Burton se volvió un auténtico maniaco obsesivo. “Iba a conseguir ese diamante aunque me costara la vida o dos millones de dólares, lo que fuera mayor”, afirmó. Elizabeth, en cambio, mantuvo la calma y la elegancia que la caracterizaban.

“Elizabeth era tan dulce como solo ella podía serlo, y me dijo que no importaba, que no le molestaba no tener el diamante, que había cosas mucho más importantes en la vida que simples objetos materiales, y que se las arreglaría con lo que tuviera,” escribió Burton más tarde en su diario.
Al día siguiente de la subasta, Burton pasó horas en un teléfono público de su hotel en Londres, coordinando con sus abogados para conseguir los fondos necesarios y poder comprar el diamante a Cartier, sin importar el costo.
Su perseverancia dio resultado y, al día siguiente, la joya era oficialmente suya por 1.1 millones de dólares. “Quería ese diamante porque es incomparablemente hermoso… y debería estar en la mujer más hermosa del mundo,” dijo Burton después, asegurando así el lugar de esta icónica gema en la historia de Hollywood.
Bob Hope bromea sobre Elizabeth Taylor
El comediante Bob Hope, encargado de algunas presentaciones humorísticas durante la 42ª edición de los Oscar, aportó su característico ingenio a la velada.
Al saludar a los distinguidos invitados, lanzó una broma sobre Taylor: “Sé que la señorita Taylor está aquí. Vi un camión Brinks estacionado afuera.” Richard Burton no pudo contener la risa ante el agudo comentario, que hacía referencia a la impresionante colección de joyas de su esposa.
La verdad sobre su vestido
Cuando Elizabeth Taylor pisó la alfombra roja de los Oscar de 1970, fue como si el tiempo se detuviera.

Lo primero que capturó todas las miradas fue el impresionante color de su vestido: un hipnotizante azul aciano que danzaba entre tonos violeta y lila con cada destello de luz, mientras cientos de flashes de cámaras capturaban cada uno de sus movimientos.
Pero ese vestido no era solo una prenda cualquiera; era una obra maestra creada por la legendaria Edith Head, diseñada para realzar cada centímetro del brillo natural de Taylor. Y la elección del color no fue casual.
El tono fue cuidadosamente escogido para complementar los fascinantes ojos de Elizabeth. La propia actriz colaboró estrechamente con Head, buscando una versión modernizada del vestido que había usado en la película de 1951 Un lugar en el sol.
El vestido no solo hacía una declaración de moda, era una pieza artística. Su escote pronunciado enmarcaba a la perfección el diamante Taylor-Burton, permitiendo que el collar captara toda la atención mientras resaltaba la figura esbelta que Elizabeth había logrado.
“Está diseñado para mostrar la nueva y delgada figura de Elizabeth. Es una gasa suave, vaporosa y romántica. Encima lleva una capa de gasa hasta el suelo, con capucha,” explicó Edith Head en una entrevista con AP.
Fue un look que quedaría para siempre grabado en la historia de los Oscar, unido a la elegancia y el encanto de Elizabeth Taylor.
Tomé un baño de 10 minutos
Se reportó que el día del evento, la rutina de belleza de Taylor fue refrescantemente sencilla. La estrella no seguía un elaborado régimen de cuidado de la piel; en cambio, usaba un humectante básico de farmacia.
Aunque le gustaba maquillarse ella misma, para ocasiones especiales como los Oscar trabajaba con un maquillador profesional. Prefería una base transparente y un rubor sutil, y solía usar un delineador de ojos en tonos pastel. Curiosamente, nunca usaba pestañas postizas, pues naturalmente tenía pestañas abundantes y hermosas.
“Elizabeth se dio un baño de 10 minutos al final del maquillaje, para fijarlo y relajarse un poco antes del evento,” contó un representante de House of Taylor a AOL.
Lloré detrás del escenario
La icónica estrella, una de las últimas grandes figuras del cine clásico de Hollywood, tuvo un papel importante esa noche: fue la encargada de presentar el codiciado premio a la Mejor Película. Pero detrás del brillo y los flashes, el ambiente detrás del escenario era un caos emocional.

Momentos antes de su aparición, Richard Burton había sufrido una derrota desgarradora: perdió el premio al Mejor Actor frente a John Wayne. Esta era la sexta vez que Burton era nominado sin llevarse la codiciada estatuilla dorada, y la noticia fue un duro golpe para Elizabeth Taylor.
Destrozada, estalló en lágrimas tras bambalinas, y quienes estaban cerca cuentan que el maquillador tuvo que apresurarse a refrescar su rostro antes de que pudiera salir al escenario.
Cuando finalmente apareció, su compostura era frágil. Se podía leer el peso de la tristeza en sus ojos. Al verla, el público guardó un silencio absoluto; se escuchaba hasta caer un alfiler.
A pesar de su profesionalismo, el dolor por la pérdida de su esposo era evidente mientras anunciaba al ganador del premio a Mejor Película. El hombre que amaba acababa de enfrentar otro revés, y eso pesaba profundamente en su corazón.
La fiesta posterior
En su diario, Burton capturó la esencia de aquella noche mágica: “Miércoles 8: Fuimos a la fiesta después de la gala y nos sentamos con George Cukor, los Pecks y los Chandlers (dueños del LA Times), pero estábamos rodeados por decenas de fotógrafos que, para mi deleite, prestaron poca atención a los demás, incluidos los ganadores. Barbra Streisand, que se considera una gran estrella, quedó completamente eclipsada.”
Un vistazo a las innumerables fotografías de Taylor esa noche inolvidable lo confirma: ella era el innegable centro de atención. En la fiesta posterior, la actriz y su esposo estuvieron rodeados por una constelación de celebridades. Los flashes iluminaban su mesa como fuegos artificiales en la oscuridad.

Fue como si los paparazzi estuvieran hechizados, atrapados entre la tarea de capturar imágenes y la fascinación ante la magnitud del momento. Ya no eran simples fotógrafos de moda; se encontraron frente a una visión que los dejó sin aliento.
Muchos coincidirían en que la estrella más grande del siglo XX brilló con más fuerza esa noche inolvidable. En su dedo anular izquierdo relucía otro regalo deslumbrante de Richard Burton: el espectacular anillo de diamantes Krupp de 33.19 quilates, que parecía encapsular todo el encanto y la majestuosidad de Elizabeth.
Pero, ¿cómo terminó esa mágica velada para Taylor y su séquito?
“Salimos con mucha dificultad entre las hordas de fotógrafos, haciendo una parada para visitar a Gig Young, que ganó el premio al mejor actor de reparto y estaba drogado pero dulce. Hawn ganó el premio a mejor actriz de reparto, como se esperaba. No pudimos encontrar a Duke Wayne, así que volvimos a casa. Más tarde llegó el propio Wayne, bastante borracho, pero, a su manera malhablada, muy afable,” escribió Burton en su diario.
Cuando cayó el telón de los Oscar de 1970, algo quedó claro: Elizabeth Taylor era la indiscutible estrella de la noche. Ella personificó todo lo mágico de Hollywood en los años setenta: belleza deslumbrante, talento inmenso y un espíritu indomable que trascendía la pantalla.
Al recordar su carisma y humildad, no hay mejor forma de rendirle homenaje. No fue solo una actriz maravillosa, sino un ser humano extraordinario que conquistó los corazones de muchos.
Si piensas igual, ¡no dudes en compartir este artículo!







